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Cine uruguayo, o como desmontar el diminutivo

"Hay pocas cosas tan ensordecedoras como el silencio"
(Haiku)
Todas las películas uruguayas son la primera película uruguaya. Si bien es cierto que en la última década se realizaron en el país sudamericano casi la misma cantidad de películas que en todo el siglo XX, en ese mismo país, se entiende, ni el cine mudo ni el sonoro ni el de color más tarde gozaron nunca de una buena distribución, o simplemente, de una distribución. El cine uruguayo llora la poca trascendencia desde su nacimiento. Y con razón. Para los países con grandes infraestructuras cinematográficas (aquellos cuya historia del cine es proporcional a los monumentales festivales nacionales dedicados a tal fin) el cine uruguayo es al mundo del cine lo que Uruguay es al mundo, con todo lo malo pero con todo lo bueno que esta frase encierra. Véase también que el cine estadounidense es al mundo del cine lo que Estados Unidos es al mundo. Con todo lo bueno, pero con todo lo malo que esta frase evidencia.

Vale, ¿Qué sabemos de Uruguay? Suponiendo que sabemos algo de cine, ¿Qué sabemos entonces de Uruguay?

Uruguay tiene tres millones de uruguayos.


Una película como “El dirigible” (Pablo Dotta, 1994), en la que se invirtieron 800.000 dólares, necesitaría de algo más de un millón de espectadores para recuperar su costo, es decir, algo más de un tercio de la población del país. Imaginad ahora que estos objetivos se consuman, así las tuercas del mercado podrían empezar a barajar la posibilidad de exportarla al resto de América y Europa, pero si no se logran, como en la totalidad de los casos, nadie se entera de lo que allí sucedió. “El dirigible”, la primera película uruguaya, no lo consiguió, y nadie se enteró. Para que una película uruguaya llegue a Europa necesita inicialmente adquirir relevancia entre los suyos, y para eso necesita de todos, y es por esta razón que cuando vemos una película uruguaya parece que vemos a todos los uruguayos, que es equivalente a decir que todas las películas uruguayas hablan de Uruguay.


Todo este pasaje introductorio por las aristas del mundo en el que uno vive por mucho que lea poesía, las aristas del mercado, del dinero, del continente que cotiza y del contenido a la deriva, sólo pretendía resaltar una situación en la que la calidad y el compromiso de los artistas no se corresponde en absoluto con el alcance que pudieron llegar a tener sus obras; una situación, más bien, en que estas obras, no todas naturalmente, pero sí las que yo considero buenas, fueron retenidas en la frontera de lo público por simple burocracia. Por simple y punzante burocracia, primero política y luego económica.


Pero más allá de los pasos fronterizos que imponen su especulación numérica, el cine uruguayo aún busca una identidad temática. Y no dejará de buscarla. De momento tenemos el mate cada dos o tres planos, tenemos el terreno para construir la casa propia, porque ¿Qué uruguayo no tiene un terrenito donde tarde o temprano, si no el padre el hijo, construirá su casa con sus manos? Tenemos el silencio de los pibes, las nubes de Montevideo, las bicicletas, el futbol, el ladrido de los perros y/o los fascistas. El cine uruguayo se busca, pero por mucho caminar, no se distanciará nunca del contexto en el que desea crecer. Véase que el cine uruguayo se parece un poco al cine argentino, que a su vez es un poco una mezcla del cine mexicano y el español. El cine español, que quiere ser francés cuando en verdad es portugués, y el cine portugués que, aún salvando las distancias, tiene mucho de ruso y algo de escandinavo naturalmente, como el cine griego y su aproximación a la historia, que es la historia del cine balcánico, que es el existencialismo del cine japonés, que es, al fin y al cabo, la misma rabia del cine político italiano, la rabia derramada del fascismo, del paso de tiempo, la memoria y el miedo a perderla, el silencio, exactamente el mismo silencio que registra mejor que nadie el cine uruguayo.


En la primera película uruguaya “La perrera” (Manuel Nieto, 2005), ese silencio oriental es registrado a través de la repetición; los lugares comunes, las calles del barrio, las frases hechas, los pibes del pueblo que son siempre los mismos pibes, que son las mismas frases y las mismas calles siempre, y sobre todo en ese estar en los lugares, ese permanecer mientras el tiempo pasa entre repetición y repetición. Ese estar en la vida pasiva, sin pensar en el futuro, que es algo muy difícil de entender en Europa, movimientos mínimos y la inercia. Pero sucede que en esta película el registro se aproxima tanto a lo registrado que pasa a formar parte de él, es decir, que peca de formar parte activa del nudo de la historia que cuenta, que para mí no es otra que la quietud y las falsas esperanzas. Por esta razón, ver “La perrera” no es conocer la quietud y las frágiles esperanzas de los otros, sino vivirlas. Vivirlas “artísticamente”.


En cambio, en “El baño del Papa” (Cesar Charlone y Enrique Fernández, 2007),la primera película uruguaya,no resalta esa búsqueda del silencio nacional pero si las falsas esperanzas de los nadie, la esperanza nacional. La visita de Juan Pablo II a una pequeña localidad sirve de marco para que los sufridos protagonistas, sufridos por la penuria económica vale aclarar, encuentren en ella la posibilidad de revertir su condición de vida, o por lo menos variarla un poco, por lo menos algo, un tiempo. Entonces montan su negocio, pero como ellos, todos los vecinos. Todos. Toda una localidad en venta, pero ni un solo comprador. Sin duda, el quiebre de esta escena la describe mejor que nadie Sergi Sánchez; “La honestidad de los desfavorecidos sobrevive a la feroz indiferencia de sus teóricos salvadores”. Tal es.


“Paisito”(Ana Diez, 2008), casi la primera película, va directo a la pulpa de la historia. Ana Diez intenta reconstruir el silencio de la memoria con los elementos propios del cine latinoamericano cuando el cine latinoamericano habla de regímenes totalitarios. Policías con rostros trabados, tupamaros barbudos con el rostro sudado, el decoro de la ropa, de los coches, de los interrogatorios y los cristales rotos. Nada nuevo. Sinceramente creo que el mecanismos a través del cual tratar hoy el tema de la memoria y el olvido no corren ya por el lado de la adaptación literal de una época que, evidentemente, ya no es la nuestra; no es una época lo que se quiere contar, es un estado, es una sensación, es ese terror y no otro, pero para recordarnos esto ya no hace falta estar en los años ´70.


Finalmente, en la primera película uruguaya “25 watts” (Pablo Stoll y Juan Pablo Rebella, 2001), retomamos el silencio y, junto con él, las falsas esperanzas, la aproximación al hecho desde la altura, pero sin confundirse a la hora de contarlo aunque en ese mismo contar estén hablando precisamente de ellos. Dos datos, el único uruguayo que figura en el libro de los records Guiness debe su honor a haber pasado cinco días aplaudiendo. El otro dato es un domingo en la vida de tres amigos de barrio. Cualquier domingo, cualquier vida y cualquier barrio. La extraordinaria vida normal de tres jóvenes de Uruguay a los que no les sucede nada más que la vida. ¿Y que aplaudía? Se preguntan vagamente el uno al otro tirados en la esquina. “Y yo que sé” se escucha, para luego seguir avanzando hacía ningún lugar. Acaso ¿hay algo que aplaudir? Diagnostico interno. En la vida de los nadie, que son, en definitiva, los que viven y hacen Latinoamérica, ¿existe algo que aplaudir? ¿Hay algo que festejar? ¿La casa aún por hacer pero la casa al fin y al cabo? ¿La reconstrucción de un pasado todavía presente? ¿La visita virtual de un Papa? ¿O las promesas que empiezan en la P y acaban en la S?


La dupla creativa “Stoll/Rebella” dio mucho de sí en sólo dos películas, una es la ya nombrada “25 watts” y la otra es “Whisky” (2004). De alguna forma, mezcla de intuición y calle, estos dos directores aunaron una temática escurridiza como lo es el silencio y la fe, el silencio y la fe de todo un país, con una narración experimentada y un trabajo sumamente experimental. Más tarde, ya sin Rebella, Stoll rodó “Hiroshima” (2009) confirmando con licencias cinematográficas absolutamente personales, que si existe alguien en ese país que tenga toda la consistencia narrativa, las herramientas y el camino para hacer, de una vez por todas, la segunda película uruguaya, ese por el momento es él, Pablo Stoll.

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