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“South of the border” de Oliver Stone

“Desconfío que un estado por muy grande que sea,

pueda sustituir la iniciativa de la gente”

José Mujica



Suponiendo que el pensamiento de izquierda aún existe entre nosotros, y suponiendo que es desde esa inclinación donde construimos una idea básica de quiénes son los buenos y los malos en este gran cabaret de la política actual, ¿dónde colocamos al presidente venezolano Hugo Chávez?


El planteamiento es bastante simplista, de sobra sabemos que, si bien algún que otro apellido de dominio público podría suscribirse a uno de estos dos bandos a la cuenta de tres, la mayoría de ellos son barajados incansablemente en el terreno de los matices, donde los extremos no se habitan pero se huelen. Este podría ser el caso de Hugo Chávez, un personaje que tiende a definirse, por lo menos para quien no es venezolano ni vive en Venezuela, no por lo que hace sino por lo que dice, no por lo que es sino por lo que representa y, en última instancia, no por lo que fue sino por lo que será.


Por otra parte tenemos a Oliver Stone, personaje que, si bien no trabaja las mismas esquinas que Hugo Chávez, pueden encontrarlo en otro cabaret que está justo a un lado del anteriormente mencionado, el cine industrial.


Oliver Stone repite a su manera esa consigna del “dime con quién andas y te diré quién eres”. Suya es la idea de aunar Wall street con Michael Douglas, Vietnam con Tom Cruise, suya es la idea de asociar The Doors con Val Kilmer y a Richard Nixon con Anthony Hopkins, pero lo que hoy nos convoca es un segundo nivel al que ascendió Oliver Stone con respecto a eso de tener ideas; el abandono del coqueteo ficcional en beneficio de un carácter totalmente documental del cine. En efecto, es en los albores de esta nueva empresa donde el realizador estadounidense y el presidente venezolano coordinan lo que más tarde se dio a conocer como “South of the border” (“Al sur de la frontera”, 2009).


Este documental consuma un catálogo de aquellas “malas hierbas” que crecen en el descuidado patio trasero de Estados Unidos partiendo de la Venezuela de Hugo Chávez y continuando por la Bolivia de Evo Morales, la Argentina de los Kirchner y el Ecuador de Rafael Correa, el Brasil de Lula, el Paraguay de Fernando Lugo (este último recientemente cortado de raíz en un claro ejercicio de jardinería imperial) y la Cuba de los hermanos Castro.


Para aquellos detractores, no tanto de Oliver Stone sino más bien de la lógica socialista del siglo XXI, este documental promueve la humanización de dichos mandatarios, en cambio, para los que simpatizamos, no tanto con Oliver Stone sino con la independencia económica y social de los países, encontramos aquí un buen exponente que niega la verdad única, y no solo eso sino también que incluso el poder está dividido, que no todos pretenden lo mismo, o, por lo menos, no con la misma mecánica, y que otro mundo sí es posible aunque nadie nos asegure que ese será, por fin, el justo para todos.


Luego nos queda la resaca cinematográfica, el buen o mal hacer de Oliver Stone, realizador que domina perfectamente la edificación de narraciones y ritmos pero que es incapaz de superar ciertas patologías de ego propias de las alturas donde se mueve, véaselo siempre presente en plano al mejor estilo Michael Moore, siempre al borde del tuteo con la verdad, interesado por lo ajeno cual obra de caridad y, en definitiva, siempre atento a quienes fueron y son la Historia como si en ello radicase su acceso al olimpo de los humanos necesarios.

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