“Los admiro más que a John Lennon Mil veces muerto,
Los prefiero a Buñuel mil veces tuerto "
José Souto Montero “Naranjito”
Vale, el director dice que en esta película lo que se atrapa no es un proceso creativo en sí, sino la alegría del proceso. La alegría de dos músicos grabando un disco en estudio, la alegría de una pintora que pinta mientras escucha la música de los otros y la alegría de un poeta y un guionista que van hablando un poco de las vicisitudes del artista, pero ¿qué pasa con esa alegría? ¿A dónde nos lleva? ¿A dónde lleva a aquellos que la ejercitan?
Al igual que en los viajes, uno parece desprenderse de esa capa de previsibilidades y dilata los sentidos haciendo de un paisaje un instante revelador o de un encuentro un momento de redención, en el proceso creativo también trabajamos un poco a corazón abierto, haciendo de cualquier rasguño un hematoma y de una sonrisa el festival del humor, y así somos un poco como un objeto tremendamente frágil saliendo a la intemperie, sobre todo si el proceso involucra la intemperie de terceros, o de una fortaleza épica, principalmente si tu fortaleza es también la fortaleza de terceros. Crear, estar creando y estar haciéndolo con otros, como en el caso de los músicos, es un viaje acompasado por altibajos muy pronunciados, por la cantidad de matices con los que puedes expresar una palabra y la misma cantidad de variaciones con la que esa misma palabra puede ser escuchada. Crear, estar creando y estar haciéndolo sólo, como en el caso de la pintora o el poeta, está literalmente ametrallado por un diálogo interno interminable, un trance permanente si se quiere, por lo que pienso que proponerse capturar la alegría de esos momentos, de esos estados, es una apuesta mucho más pretenciosa que como en realidad parece que se lo propone Guillermo Arias-Carbajal.
Está bien la idea de poner una cámara y que sea la cámara quien encuentre eso que no se ve pero se siente, que la cámara capture eso que hay de invisible en los lugares donde se coloca, el lenguaje corporal, los gestos, las miradas, incluso las paredes y la luz de los lugares donde se está trabajando. También es efectivo ese carácter domestico propio de la textura de la imagen y propio de lo improvisado de los planos, esa imperfección narrativa que nos acerca un poco más a la vida, por imperfecta naturalmente, a la vida de los personajes y a la del espectador, todos estos elementos creo que funcionan, pero no son suficientes, hay una voz ausente que con el correr de la cinta se me hace evidente, hasta el punto de adormecer las pulsaciones, una voz que oxigene esa búsqueda de la alegría con nuevos elementos, como por ejemplo alguna conversación atemporal entre los músicos, o un plano insultantemente largo de la pintora pintando, ahí, en silencio, que es como se hace y como se vive, o algún desacuerdo sobre cuestiones fundacionales del proceso creativo entre el poeta y el guionista. Porque la alegría también está en esos intervalos, ¿dónde si no en las tensiones entre integrantes de un grupo que ponen en duda incluso su trabajo juntos? ¿Dónde si no en el silencio que envuelve la fiebre del que está pintando? ¿Dónde va a estar la alegría si no en esas ociosas charlas interminable sobre por qué mi arte antes que el tuyo? Y así mil cosas, el abrazo al llegar, los preparativos del lugar donde trabajaran, los nervios, el café risueño y los cigarros como taciturno, todos detalles que no están, que no suceden y que aportarían a la búsqueda la versatilidad y la consistencia que harían de un trabajo de bajo presupuesto como éste una obrita completa, con progresión interna y la sugestión suficiente como para que concluya como se prefiera en la cabeza de quien la ve.